viernes, 24 de junio de 2016

EL REFERENTE YUGOSLAVO

Es ya casi un lugar común recurrir a los casos venezolano y griego para contraponer el proyecto político que puede proponer Podemos. A sus dirigentes y simpatizantes estos referentes les enervan y procuran ridiculizarlos, pero, qué quieren que les diga, juraría que el análisis comparativo es uno de los principales métodos de las ciencias sociales y es evidente que esos ejemplos no son gratuitos: los vínculos de Podemos y sus dirigentes con los partidos que gobiernan en esos países han sido estrechos y reivindicados por ellos mismos cuando les ha convenido, aunque ahora los pretendan minimizar. Sin embargo, hay otro caso con elementos de comparación que también merecen ser tomados en consideración aunque carezca de vínculos con Podemos y sea un referente ya del pasado: la patria plurinacional que nos vende Podemos es oportuno compararla con la arquitectura territorial de Yugoslavia, o mejor dicho, de la República Federativa Socialista de Yugoslavia. De la Yugoslavia de Tito, vamos.
Yugoslavia tuvo una historia tristísima pero fascinante, ya que sintetiza como ningún otro país lo que Hobsbawm llamó el siglo XX corto que va de la I Guerra Mundial a la caída de los regímenes socialistas (1914-1991). Merece la pena comparar la historia de este periodo de Yugoslavia con la de España porque, en el egocentrismo español, tendemos a dramatizar con el infortunio de nuestra historia sin ser conscientes de que otras historias aún han sido más duras.
El detonante de la I Guerra Mundial, de hecho, fueron las tensiones entre el Imperio Austro-húngaro y el incipiente nacionalismo yugoslavo que aspiraba a aglutinar a los eslavos del sur, divididos entre el reino de Serbia, y los territorios controlados por el Imperio austro-húngaro de Bosnia-Herzegovina, Croacia-Eslavonia y Dalmacia, fundamentalmente. Aunque nos imaginemos el venerable imperio Austro-húngaro como una monarquía absolutista, no había quedado tan atrapado en el tiempo y tenía sus parlamentos autónomos. El reino de Croacia- Eslavonia, por ejemplo, tenía su parlamento y su autonomía. El Imperio Austro-húngaro perdió la guerra y los vencedores decidieron dividirlo con criterios étnicos.
Como había pasado en Italia con la casa Saboya y en Alemania con el Reino de Prusia, Yugoslavia se unió en torno al Reino de Serbia. Pero, no se constituyó como Reino de Yugoslavia sino Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, para calmar las suspicacias que habían sido alimentadas por Austria-Hungría ante la posible hegemonía Serbia. La unión, como todo lo que sucedió tras el armisticio de la I Guerra Mundial, fue caótica y precipitada por presiones internas – insurrecciones que hacía temer a revoluciones similares a la rusa - y externas – como el expansionismo italiano o indecisión de las potencias vencedoras-. No hubo, pues, un verdadero proceso constituyente. Estas suspicacias no hicieron más que exacerbarse durante la breve etapa de régimen parlamentario hasta que el rey estableció una dictadura en 1929.
No hace falta decir que el periodo de entre guerras fue en toda Europa convulso en el ámbito económico, político y de las relaciones internacionales, lo cual no facilitó la integración económica y territorial de Yugoslavia.
La II Guerra Mundial fue en Yugoslavia, seguramente más que en ningún sitio, además de una guerra internacional con sus potencias invasoras y esas cosas, una sangrienta guerra civil. En torno al 10% de la población murió durante el conflicto y no solamente en el campo de batalla. Las potencias del eje se repartieron Yugoslavia y se apoyaron, en el Estado títere croata que crearon, en un partido fascista, Ustasha, que emprendió una política genocida contra judíos, gitanos y serbios. Mientras tanto, se organizó una resistencia guerrillera, por un lado los chetniks, leales al régimen monárquico previo y por el otro los partisanos comunistas. A pesar de compartir enemigo, chetniks y partisanos se combatieron mutuamente hasta que, finalmente, se hicieron con el control de lo que había sido Yugoslavia los partisanos comunistas liderados por Josip Broz, más conocido como Tito.
Tito fue el líder carismático que rigió los destinos de Yugoslavia mientras vivió y seguía siendo un referente popular cuando las repúblicas yugoslavas se estaban independizando. Tito estableció en un principio un sistema similar al soviético, con una estructura territorial federal pero con una gestión económica centralizada en el Partido Comunista (luego Liga de los Comunistas) y, en última instancia, en su carismática figura. Para construir de una vez la convivencia en Yugoslavia, la neonata República Federativa Popular (más tarde Socialista) de Yugoslavia apeló a la hermandad y unión de los pueblos yugoslavos. Se estableció que Yugoslavia era el conglomerado de seis pueblos constituyentes a los que se les otorgaba sus respectivas repúblicas y se reconocía autonomía a las provincias serbias de Kosovo y Vojvodina para conceder derechos a las minorías albanesa y magiar que no tenían ese estatus privilegiado de pueblo constituyente porque no eran eslavos. Los seis pueblos constituyentes, a saber, eran: los serbios, los croatas, los eslovenos, los bosnios, los montenegrinos y los macedonios. Nótese que los 6 pueblos constituyentes se fundamentaban en una base étnica que encima es particularmente vaporosa. Todos eran eslavos y sus diferencias lingüísticas tienen un carácter dialectal más marcado incluso que el que se puede dar en Italia o Alemania. En realidad, el elemento distintivo más evidente entre los yugoslavos es el religioso. Los serbios, los montenegrinos y los macedonios serían ortodoxos; los croatas y los eslovenos católicos; y los bosnios-herzegovinos los dejamos como musulmanes (aunque los musulmanes no fueron mayoría en Bosnia hasta los años 60). En cualquier caso, un régimen ateo como cualquier régimen socialista la religión es irrelevante. En definitiva, Tito hizo yugoslavos, pero sobre todo hizo serbios, croatas, eslovenos, bosnios, montenegrinos y macedonios, con la complicación de que encima había importantes minorías serbias en Croacia y Bosnia; y croatas en Bosnia.
Las repúblicas no solo gozaban de amplias competencias en cuestiones como la educación, la policía o el sistema judicial, sino que participaban de forma paritaria en los órganos federales, disponiendo de amplios mecanismos de veto. El liderazgo de Tito permitió dotar al régimen cierto equilibrio, pero paulatinamente se fue creando importantes estructuras de poder localistas  al amparo de la descentralización y la burocratización del socialismo yugoslavo que iba alimentando un amplio sistema clientelar, con lo que se entró en una espiral de reivindicaciones localistas. La Yugoslavia de Tito cambió la constitución en 1953, 1963 y 1968 pero fue la modificación constitucional de 1974 (tras una oleada de reivindicaciones descentralizadoras protagonizadas por movimientos estudiantiles al calor del mayo del 68) la que estableció la preeminencia legal de las repúblicas sobre la federación y les confirió el derecho a la secesión mientras contradictoriamente se otorgaba al ejército el deber de garantizar la unidad de Yugoslavia. No hace falta decir que esta nueva constitución, lejos de reducir las tensiones territoriales y étnicas, las agudizó. En los 80 afloraron en la opinión pública yugoslava las viejas rencillas de la II Guerra Mundial con acusaciones cruzadas de ustashas y chetniks a croatas y serbios. Una vez muerta la figura carismática de Tito en 1980, el poder central resultó cada vez más débil e irrelevante. Cada república fue aplicando sus propias reglas económicas sin apenas coordinarse, afectando a la economía yugoslava que caía en picado en un contexto ya de por sí complicado. En aquellos años, todas las repúblicas afirmaban salir perdiendo con su pertenencia a Yugoslavia. Así, ante la crisis generalizada en los sistemas socialistas de los años 1989-1991, desapareció el único nexo que unía a las elites políticas yugoslavas, con lo que las repúblicas optaron por ejercer ese derecho de secesión que confusamente les otorgaba la Constitución de 1974, con las consecuencias que todos conocemos.
Podemos afirma que reconocer la plurinacionalidad del Estado, los derechos de los pueblos y, en resumidas cuentas su derecho de secesión es la mejor fórmula para garantizar la unidad y la convivencia en España. Parece increíble que sea un partido formado por politólogos. Estos elementos lo que permiten, en realidad, es hacer más tenues los nexos de unión, fomentar las tensiones territoriales y facilitar que, ante cualquier coyuntura, se opte fácilmente por la ruptura. Los casos comparados demuestran que la unidad y la convivencia se garantizan mejor con un Estado constituido por ciudadanos libres e iguales que ampare la pluralidad y la diversidad de la sociedad que un Estado constituido por una serie de pueblos singulares definidos étnicamente. Es legítimo que Podemos defienda postulados nacionalistas, pero aquellos que no sean nacionalistas y no aspiren a la independencia de los pueblos, no deberían votar a Podemos y sus confluencias.

Bibliografía:
- Bogdanovic, Igor: Els Balcans. Editorial UOC, Barcelona, 2005.
- Hobsbawm, Eric: La era de los extremos, el corto siglo XX (1914-1991). Editorial Crítica, Barcelona, 2011.
- Ruiz Jiménez, José Ángel: Y llegó la barbarie. Nacionalismo y juegos de poder en la destrucción de Yugoslavia. Editorial Ariel, Barcelona, 2016.
- Veiga, Francisco: La trampa balcánica: una crisis europea de fin de siglo. Editorial Grijalbo, Barcelona, 2002.

viernes, 10 de abril de 2015

El derroche en los ferrocarriles viene de antiguo

En esta ola de ansia de cambio que vivimos, se habla poco del papel de las inversiones públicas en los ferrocarriles de alta velocidad. Realmente es llamativo que en esta era de austeridad, el Estado Español este año todavía le destine 3500 millones de euros de su deficitario presupuesto. Máxime cuando España ya dispone de la segunda red más extensa del mundo y diversos estudios demuestran no sólo que va a ser imposible amortizarla sino que es la menos rentable de todas. Mucho nos hemos reído de los aeropuertos sin aviones pero probablemente las estaciones de tren sin pasajeros sea un derroche más flagrante.
Sin duda, es uno de los aspectos en los que más se ha mostrado cohesionado el tambaleante régimen bipartidista. En los últimos 25 años tanto PP como PSOE han mostrado un pertinaz entusiasmo por estas infraestructuras. Quizá es de esas cosas que consideran cuestión de Estado, más, en todo caso, que la lucha antiterrorista. Posiblemente ambos hayan encontrado en el AVE una herramienta populista de nuevo rico. Sin embargo, seguramente el factor más determinante haya sido el interés creado por un negociazo que ha sacado de las arcas públicas unos 50.000 millones de euros. Imagino que a las constructoras les habrá ido como agua de mayo, especialmente tras el desplome de la burbuja inmobiliaria. Así pues, tan desproporcionada red de ferrocarriles de alta velocidad parece responder, ante todo, a ese capitalismo de amiguetes que se fundamenta en los obscuros vínculos entre el poder político y las grandes empresas. Sí, ese que los famosos papeles de Bárcenas, por poner un ejemplo, parecían mostrarnos.
Sin embargo, la relación entre ferrocarriles, inversión desmesurada y Estado es prácticamente tan antigua como los propios trenes. De hecho, si en 1830 apenas existía en todo el mundo la línea Manchester-Liverpool, ya en 1840 había más de 7000 km de vías férreas y en 1850 se superaban los 37000 km. La mayor parte de ellas, nos explica Hobsbawm en el clásico La era de la revolución, fueron proyectadas en unas cuantas llamaradas de frenesí especulativo, conocidas por las locuras del ferrocarril de 1835-1837, y especialmente de 1844-1847; casi todas se construyeron en gran parte con capital británico, hierro británico y máquinas y técnicos británicos. Inversiones tan descomunales parecen irrazonables, porque en realidad pocos ferrocarriles eran mucho más provechosos para el inversionista que otros negocios o empresas; la mayor parte proporcionaba modestos beneficios y algunos absolutamente ninguno. Para los contratistas, como es de suponer, sería otro cantar.
No obstante, el ferrocarril no dejaba de ser el símbolo por excelencia del progreso y el desarrollo. En España no fue una excepción. A partir de la Ley General de Ferrocarriles promulgada en 1855, durante el llamado Bienio Progresista, se impuso la fórmula mixta que combinaba la garantía y los auxilios estatales con la iniciativa de los particulares. De esta forma, se aportaban fondos públicos que podían destinarse o bien a la ejecución de determinadas obras, o bien a subvencionar a las firmas concesionarias, o bien a asegurar un interés mínimo a los capitales invertidos en la obra. Gran parte de estos fondos salieron de la desamortización civil y eclesiástica del mismo año.
Tal y como dice Jordi Nadal en su no menos clásico El fracaso de la Revolución industrial en España, la exportación en gran escala de carriles, puentes, vagones, locomotoras y demás artículos sería un incentivo de primer orden para la participación de las grandes compañías siderúrgicas ultrapirenaicas en las compañías ferroviarias establecidas en España. La red, en su segunda fase por lo menos ( la que va de la ley de 1855 a la crisis de 1866) se construyó deprisa y sin pensarlo mucho, porque el negocio estaba ahí: en construir. Con independencia de los resultados de la explotación, el enorme pararrayos estatal había de cubrir todos los riesgos. De 1860 a 1865 fueron abiertos al tráfico un promedio de 613 Km por año, elevando el total explotado a 4800Km.
Cuando concluyó el período de la construcción intensiva y se comenzó la explotación normal de las líneas, se pudo ver que los ferrocarriles españoles producirían unos rendimientos económicos muy escasos. La caída de las acciones se aceleró bruscamente, provocando un mayor crecimiento del déficit público, quiebras bancarias y recesión generalizada: la crisis de 1866. En efecto, la primera crisis capitalista en España fue producida por la burbuja del ferrocarril. Pero no se acaba aquí la lección que podemos sacar de la historia del ferrocarril del XIX.
Josep Fontana (quién te ha visto y quién te ve) en Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX nos explica que la Gloriosa Revolución de 1868 fue en realidad un golpe de estado con apariencias de revolución. La crisis general de los negocios, y en especial la de los ferrocarriles, dice, afectó directamente a los políticos españoles, que se encontraban muy ligados a ellos. Si examinamos los consejos de administración de las compañías ferroviarias españolas, los encontraremos llenos de figuras de la política: El general Serrano fue el presidente del consejo de administración de los ferrocarriles del Norte; Sagasta lo propio del ferrocarril de Sevilla a Jerez; Nicolás María Rivero presidió el de Almansa a Valencia y Zaragoza; Cánovas del Castillo el ferrocarril de Medina del Campo a Zamora y de Orense a Vigo. La lista se alarga, pero me limito a los casos más sonados: suficientes para apreciar que las puertas giratorias también se generalizaron entonces y fueron transversales. Suficientes para entender la influencia de los intereses de las compañías ferroviarias en el devenir político.
A comienzos de 1868 se estaba discutiendo en las cortes la concesión a las compañías de una subvención de 60 millones de reales. Se produjo entonces la muerte de Narváez y la subida de González Bravo a la presidencia del gobierno; éste, por necesidades políticas, decidió cerrar las cortes de modo que la subvención tan largamente discutida no pudo llegar a votarse. A este hecho le atribuye el profesor Fontana el apoyo definitivo a la conspiración del general Prim. El día en que se anunciaba el triunfo de la revolución en la Bolsa de París, la deuda interior, la exterior y los billetes del tesoro, en vez de bajar como suele suceder en estos casos, experimentaron un alza notable. Muy pronto comenzarían a subir las acciones de las compañías ferroviarias, de cuya suerte se preocupó en seguida el nuevo gobierno: se decretó el mismo 1868 un fondo especial de auxilios a las empresas de ferrocarriles y se suspendían las medidas restrictivas dictadas dos años antes, dejando a las compañías en libertad de poner en vigor las tarifas y contratos que considerasen convenientes. Desde la revolución, concluye Fontana, la marcha de las compañías empezó a enderezarse y se inició un sistema de relaciones entre gobierno y negocios que ya no se interrumpiría.
La bibliografía comentada no forma parte de las últimas tendencias historiográficas, precisamente. Son obras de los años 70 de autores reputadísimos. Es, sencillamente, un conocimiento que se ha ignorado deliberadamente. En este país se recurre fundamentalmente a la historia para legitimar movimientos políticos del presente, no para comprender la actualidad y proyectar el futuro, que es la función de la disciplina académica. Por eso padecemos la sobreexposición de determinadas etapas de la historia de España mientras se sumen en el olvido de la noche de los tiempos otras que probablemente aportarían un conocimiento valiosísimo para los tiempos que corren.

jueves, 5 de marzo de 2015

CARTA ABIERTA A DAVID FERNÁNDEZ

Em considero independentista català, però jo no sóc nacionalista, perquè, com sóc immigrant, no em puc sentir nacionalista.
David Fernández

Apreciado Ilustre Señor Fernández:

Me tomo la libertad de escribirle ante el estupor que me ha ocasionado la cita que encabeza esta carta y que, según parece, se ha extraído de una entrevista que le realizaron recientemente. Ruego disculpe mi osadía, pero hay un par o tres de premisas que se pueden desprender de sus palabras que me veo impelido a comentar con usted.
Ignoro el valor que le confiere usted al hecho migratorio. En un principio no es más que una variable demográfica y un comportamiento típicamente humano. Las primeras especies de nuestro género ya desarrollaron la migración como estrategia adaptativa de probado éxito. Sin lugar a dudas, la emigración exige capacidad de adaptación y arrojo. Por todo esto, yo experimento una verdadera admiración por los emigrantes y una profunda antipatía por cuantos los desprecian. Es una actitud lamentablemente muy común y, las cosas como son, propia de mediocres. Denota un falso complejo de superioridad del que se siente dueño del terruño y ve amenazada su posición, teóricamente privilegiada. Imagino que no le descubro nada si afirmo que el desprecio al inmigrante es un sentimiento muy arraigado en Cataluña. Yo tengo muy marcado el desprecio con el que se refería mi abuela a aquesta gent forastera o aquesta gent castellana. Era una mujer muy antigua y de derechas.

Así pues, cuando usted se define como inmigrante ignoro si lo dice en un plano teórico, poético – ya sabe, todos somos inmigrantes- o, por el contrario, lo dice en sentido literal. He de reconocerle que cuando he leído su cita – sacada de contexto, lo sé- me he inclinado a pensar que lo decía en sentido literal. Entiéndame, es lo que se desprende de tan breve texto. Y con las connotaciones negativas que, como hemos comentado, muchos le atribuyen a la inmigración, se figurará que semejante idea me ha escandalizado. ¿Cómo un tipo nacido en Barcelona afirma ser inmigrante? Solo una mentalidad muy etnicista – quedándome corto- puede llegar a sugerir que la condición de inmigrado, recién llegado, se transmite de padres a hijos. Como si se tratase de una casta india – no de las de Podemos, ya me entiende, me refiero a los intocables y demás-. Semejante planteamiento es nauseabundo, pero, por desgracia, como bien sabrá, es más abundante de lo que cabe esperar. A más de uno y más de dos he sorprendido sosteniendo semejante aberración. Hasta de colonos se habla, qué le voy a contar. Entenderá que me haya alarmado pensando que se dedicaba a usted mismo ideas tan abyectas. En fin, da pie a muchas especulaciones psicológicas de mal gusto, por lo que he optado a comentarlo con usted antes de seguir por ahí.

Si bien ésta era la afirmación que más me ha sobresaltado, no es la única que me veo impelido a comentarle. Usted sentencia que siendo inmigrante – que no lo es, claro, en todo caso, solo en un plano poético- no se puede sentir nacionalista. Lo lamento, por más que lo relea, soy incapaz de ver la relación de causalidad. No veo impedimento físico a ser inmigrante y sentirse nacionalista a la vez, de sobras es conocido lo veleidosos que pueden ser los sentimientos y más referidos a conceptos tan abstractos y complicados como nación o nacionalismo. Quizá no hable usted de lógica – perdone si me excedo de aristotélico- sino de moral. Al identificarse con la condición del inmigrante por coherencia moral no puede sentirse nacionalista porque no puede sentirse ligado a ningún territorio ni colectivo concreto. En tal caso le alabo el criterio. Piense que la impresión que me había dado al leerle es que no podía sentirse nacionalista catalán al no ser étnicamente catalán. Ya, una estupidez sin sentido, discúlpeme, se habla tanto de estos complejos conceptos que uno fácilmente acaba confundiéndose.

Donde si me ha de perdonar es en la afirmación de que se considera independentista catalán pero no es nacionalista. Lo primero que llama la atención es eso de considerarse independentista. Se es o no se es independentista, es decir, partidario de la independencia. Considerarse algo es juzgar algo, no tener la certeza. Yo me puedo considerar guapo, aunque sepa que no todos estáis de acuerdo, pero lo normal es tener la certeza de si se es o no seguidor del Sporting de Lisboa, por poner un ejemplo. ¿Sugiere que hay la posibilidad de que en realidad no es independentista? ¿Tiene dudas? No hay para menos. A mí me parece muy complicado eso de no ser nacionalista pero sí independentista. Eso implicaría que eso del independentismo no llegaría a convicción, no pasaría de táctica calculada, coyuntural y, por lo tanto variable. En un principio se es independentista catalán porque se considera que Cataluña constituye una comunidad política soberana, es decir, una nación y, por lo tanto se es nacionalista. Sino la comunidad política sería irrelevante y bien valdría Cataluña, el Ducado de Gothia, el Área Metropolitana de Barcelona o Narnia.

En fin, confío que mis desvelos sean fruto de la descontextualización de la cita, que no me han permitido apreciar el sentido figurado de sus palabras. En cualquier caso, deseando que siga con salud por muchos años, me despido.

Reciba un cordial saludo,

El sofista que fui

lunes, 16 de febrero de 2015

El lado obscuro del período azul

En un vistazo superficial, el período azul de Picasso es fácil que se nos antoje una cursilería, especialmente al preceder al período rosa. Normalmente se pasa por encima de todo esto antes de entrar en materia con el cubismo y en nuestro recuerdo apenas queda una nebulosa de saltimbanquis y arlequines. Pero el período azul es interesantísimo, quizá no tanto por el arte (no es particularmente original, precisamente) sino porque encierra un episodio truculento de la vida de Picasso cargado de sexo, drogas, alcohol, obsesión, acoso, suicidio, enredos amorosos y emociones poco claras que bien merece una película de Almodóvar guionizada por González-Sinde.



Por el año 1900, Picasso era un niño bien de 19 años que frecuentaba en Barcelona el bar de moda de entonces, Els Quatre Gats. Se hizo amigote de Carlos Casagemas (el Charles) que era otro niño bien. En vez de trabajar de sol a sol como probablemente estarían haciendo entonces tus bisabuelos, Pablo y Charles se dedicaron a hacer lo que han hecho siempre los ociosos niños bien: ir de putas, drogarse y alcoholizarse. Sí, también iban de artistas por la vida. Pero hagamos una aclaración, a principios de siglo XX, el arte, especialmente de vanguardia, era una actividad que hoy podríamos equiparar, por ejemplo, con pinchar discos. Para decirlo de una forma gráfica: Kiko Rivera, el hijo de la Pantoja, si hubiese nacido hace cien años no hubiese ido de DJ, sino de artista de vanguardia.

 En esas, el par de colegachos se fueron a París a petarla. Es vox populi que era la capital del arte de vanguardia y la vida bohemia. Además ese año había una Exposición Universal y uno de ellos exponía una obra. Allí se alojaron en casa de Isidro Nonell, que era un amigote de Els Quatre Gats. Como Ernest Hemingway se encargó de aclarar, entonces París era una fiesta. Se les apuntó otro colega, Manuel Pallarés, e iban los tres por París como el trío de la bencina. Se ligaron a tres muchachas que hacían de modelos, no las de pasarela, sino las de posar desnudas. Y como suele suceder en estos casos, se repartieron entre ellos las chavalas. Se ve que la más atractiva y con más personalidad, Germaine Gargallo, era la que le tocó a Casagemas y este se enamoró como un imbécil. Por lo que se ve, con la de morfina (ah, las drogas de diseño de principios de siglo XX) y alcohol que se metía, al Charles no se le ponía tiesa y la muchacha se ve que se burlaba de su pagafantas. El muy capullo se obsesionó y la empezó a acosar. Le pedía constantemente matrimonio y cuando estaba fuera le enviaba 2 cartas al día.

 En una de esas el grupo de amigos quedó para cenar. Cuando estaban ya con los chupitos, mientras todos reían y bebían alegremente, Casagemas tintineó el cristal de su copa para llamar la atención, se levantó ceremonialmente, de un bolsillo sacó una pistola y disparó a Germaine que afortunadamente se pudo escabullir. Acto seguido el acosador y feminicida de Casagemas se pegó un tiro en la sien. La agredida, por lo visto, aun se vio pidiendo perdón entre sollozos.

 Picasso estaba en Madrid y se enteró del suicidio de su amiguito a los días. La noticia le conmovió y según le confesó a uno de sus biógrafos, Pierre Daix, muchos años después, “Me puse a pensar pintar en azul al pensar en la muerte de Casagemas”. Sí, señoras, el delicado y sensible período azul viene inspirado por un acto de violencia machista de libro. No he visto a ningún historiador del Arte resaltando la sordidez de los hechos, antes al contrario, se tiende a ensalzar el apasionamiento de Casagemas y la pérdida de un potencial artista. El feminismo no ha llegado a la historia del arte.

 Abrumado todavía por semejante exhibición de machismo silenciado por los historiadores del arte, descubro que la sordidez del período azul no se queda aquí. Picasso, por lo visto, presumía de que “Mis telas, acabadas o no, son las páginas de mi diario” y por eso se interpreta que los cuadros del período azul representan una época de duelo y melancolía. Bla bla bla. El caso es que el muchacho tardó cinco meses en pintar a su amigo suicida. Entre medias, tuvo tiempo de inaugurar su primera exposición, con la que, por lo visto, ganó un buen dinerito, el cual – y cito literalmente a mi fuente- gastará junto a la Gargallo con total desparpajo, en noches de lujuria empapadas en absenta.

 ¡Toma del frasco, Carrasco! ¿Realmente el período azul representa, pena y melancolía? ¿O hay emociones menos edificantes? ¿Por qué no culpa? ¿O incluso recochineo? Cuando Casagemas se pegó un tiro, Picasso estaba zascandileando por Madrid, donde tuvo ocasión de dar un voltio por Toledo (qué vida más dura la del artista) y empaparse de El Greco, que acabaría siendo una de las influencias del período azul (una osadía comparalo con el cretense, me atrevo a decir). No sé si hay algo más que una coincidencia, pero Picasso le dedica una recreación/homenaje/plagio de “El entierro del conde de Orgaz” a su amigo suicida. Merece la pena recordar que el señor de Orgaz fue un hombre piadoso y benefactor de la iglesia donde le dedicaron tan soberbio cuadro, por lo que El Greco le representa siendo aceptado en el cielo. Picasso, por su parte, representa a Casagemas en un cielo lleno de putas, de las que, sin duda, fue todo un benefactor.

Soy ateo y no entro a valorar la blasfemia. Lo que no tengo claro es si a la madre de Casagemas, por decir alguien, le haría maldita gracia el cuadro. Tampoco tengo tan claro que el sentimiento que empujara a la realización de este cuadro fuese la pena, la conmiseración ni demás solemnes emociones que le atribuyen los historiadores del arte al uso. No en balde, básicamente, le está diciendo a un imbécil que se ha suicidado por amor (y que previamente cree haber matado a su amada) que el cielo que le corresponde es un lupanar, mientras él está disfrutando de las gozosas veladas de lujuria con esa moza que Casagemas nunca pudo disfrutar. En serio, ¿nadie aprecia recochineo, cierto animus iocandi o, al menos, un irónico guiño de compadreo crápula? ¿Por qué los historiadores del arte se ponen tan insufriblemente grandilocuentes con Picasso?

Esta entrada tiene como fuente principal:
Godoy C., I. (2013). "Suicidio en azul con negra mancha. Breve historia de un balazoen la pintura de Pablo Picasso". Arbor, 189 (764): a087.

Hasta el 22 de febrero hay una exposición sobre Casagemas en el MNAC. ¿Crees que el comisario ha tenido a bien explicar con toda su crudeza los hechos de acoso y tentativa de asesinato de Casagemas?

jueves, 12 de febrero de 2015

El descrédito de El País y cambio de régimen

Hay muchas señales de que el actual régimen se está desmoronando. Una de ellas es el descrédito al que está llegando la prensa de referencia, habitual creadora de estados de opinión. Pongamos un ejemplo representativo: El País. Periódico nacido en el 1976, al albor del nuevo régimen que nacía y que logró ser la expresión de la progresía biempensante. Todos sabíamos de qué pie cojeaba, pero gozaba de cierta credibilidad, se la percibía como periodismo mínimamente riguroso. Ya no. Ahora es imposible considerarlo información, apenas pasa de agencia de comunicación. Y chapucera.

No voy a hacer un prolijo inventario. Sería interminable. Me voy a centrar en el último caso. Flagrante. Diría que una ofensa a la inteligencia de sus lectores. Ayer, miércoles 11 de febrero de 2015, Pedro Sánchez y Tomás Gómez nos regalaron a los españoles un espectáculo que este humilde observador definiría como grotesco y que todo dios consideró como señales del hundimiento del PSOE. El Secretario General del PSOE nos sorprendió a todos disolviendo la federación madrileña del partido para quitar de en medio a un Tomás Gómez ciertamente quemadísimo por lo del tranvía de Parla. El afectado, lejos de acatar, se rebela, monta una rueda de prensa atacando a Pedro Sánchez y amenaza con llevar la decisión a los tribunales. El sainete continuó por la tarde con una especie de manifestación tumultuosa de seguidores deTomás Gómez (no demasiado concurrida, todo sea dicho), ante la sede de Ferraz que casi acaba a tortas. Todo esto a tres meses de las elecciones autonómicas en Madrid. El PSOE sin candidato y con guerra abierta. Yo no podía quitarme de la cabeza la famosa frase de Josep Tarradellas de que en política se puede hacer de todo menos el ridículo.
Mientras estábamos todos estupefactos contemplando el esperpento, a Metroscopia le dio tiempo para hacer 800 llamadas a madrileños, no solamente informados de lo sucedido ese día en el PSOE sino con opinión forjada, y elaborar una encuesta. Sondeo urgente, le llaman, sin ruborizarse ni nada. Elveredicto que nos publica El País es que Pedro Sánchez no solo sale reforzado de la crisis, sino que encima el PSOE sube unos 8 puntos en intención de voto y se pone primera en Madrid. Sin tener candidato. Vamos, ni en los sueños más húmedos de Pedro Sánchez. Y todo esto ya lo tenían publicado por la noche del mismo día de los hechos.
La reacción es evidente: ¡Vamos hombre! Es, sencillamente, inverosímil. La pregunta no es por qué nos toman (es evidente), sino cómo pueden tener tan poco apego a un mínimo de credibilidad, incluso de ridículo. ¿Hasta qué punto tienen vinculada su suerte con la de Pedro Sánchez? ¿Por qué tantas prisas?
Me da vergüenza reconocerlo, antes leía El País a diario, pero desde hace tiempo me niego a echarle una ojeada. Es una cuestión de credibilidad, que es algo totalmente subjetivo. En el momento en que sientes que no te están informando sino que te están comunicando lo que toca, no tiene sentido seguir leyendo ese medio. Sin lugar a dudas, el principal capital de un periódico es su credibilidad y eso no hay anuncio del Banco Santander que lo pague. La cuestión es si antes actuaba exactamente igual o ha ido extremando sus manipulaciones hasta hacerlas irrisorias. Es decir, como en una ruptura, si ha cambiado él o he sido yo. Lo más probable es que sea las dos cosas. De lo que se trata es que con el cambio seamos cada vez más críticos y exigentes.
Como se puede comprobar en la elección de los enlaces, mi medio de referencia ahora tiende a ser eldiario.es. Tiene sus limitaciones, pero al menos en una muestra de humildad nos reconoce que es “periodismo a pesar de todo”. Otra muestra, en definitiva, del cambio de régimen que estamos viviendo.

martes, 27 de enero de 2015

Nuestro postureo y el espejo SYRIZA

De repente, los españoles hemos redescubierto Grecia. Hemos salido de nuestro habitual ensimismamiento patrio y nos hemos interesado con pasión - incluso con identificación - por un país con el que hasta hace poco solo estábamos familiarizados por cuatro generalidades típicas de política internacional. Todo ello, gracias a la refrescante novedad de que ganara unas elecciones en Europa un partido a la izquierda de la socialdemocracia oficial dispuesto a dar batalla contra el dictado económico europeo.
Ha sido hermoso, de repente estábamos todos pendientes de mitings en Atenas, de la ley electoral griega o de sus opciones de pacto. Quizá así se construye una verdadera Unión Europea. No cabe duda de que ha habido un efecto de identificación, no solo como país del sur sometido al dictado alemán, sino como anticipo de lo que nos podemos encontrar cuando Rajoy nos convoque a las urnas. SYRIZA, que viene a significar coalición de izquierdas radical, se nos presentaba ante nuestros ojos como un reflejo de Podemos y (ay, melancolía) lo que no supo ser Izquierda Unida. Y, el entusiasmo de estos, como era de esperar, ha sido mayúsculo.
Tras la euforia de la victoria hemos podido comprender ese tipo de pequeñas diferencias de las que nos hablaba Vincent Vega. SYRIZA se había quedado a un par de diputados de la mayoría absoluta, eso parecía que garantizaba las facilidades para encontrar aliados en el variado menú de partidos políticos del parlamento heleno: Comunistas, centristas y socialdemócratas entraban como las opciones más lógicas para nuestra mentalidad de españolitos. Pero hemos visto como en menos de 24 horas (para que aprendan también Mas y Jonqueras, por cierto) el bueno de Tsipras cerraba el pacto de gobierno con, ni más ni menos, ANEL, que viene a significar Griegos Independientes y es una escisión derechista del (hasta ahora) gobernante  Nueva Democracia (para entendernos, el equivalente al PP) . Estamos hablando de un partido xenófobo y conservador, abiertamente de derechas; sin complejos de centro-derecha. El estupor no ha sido tan grande como cabría esperar: En España a este partido lo consideraríamos de extrema derecha. Tan necesitados como estamos de equivalencias, a ANEL se le ha comparado con VOX, aunque yo tengo mis dudas de que estos estén tan a la derecha como los Griegos Independientes.
Analistas y creadores de opinión nos han explicado que esta sorprendente alianza se debe a la coincidencia de SYRIZA y ANEL en el espinoso asunto de la deuda, que es la clave fundamental y urgente en la política griega actual. A mí me ha parecido un argumento convincente y cabal. Y felicito a SYRIZA y ANEL por sus ideas claras y la facilidad con la que han llegado al acuerdo. Seamos claros, esto en España sería inaudito. Por ejemplo, ERC y CiU llevan dos años enfrascados en un proceso con el que se ponen grandilocuentes y monopoliza su política y sin embargo su incapacidad para llegar acuerdos les tendría que hacer sonrojar ante el espejo griego. Diríase que ERC y CiU no quieren tanto el famoso procés como SYRIZA y ANEL renegociar la deuda.
En España, al menos hasta el momento, el postureo político ha primado infinitamente más que un programa político. De hecho, soy de la opinión de que en España las diferencias ideológicas y programáticas de los diferentes partidos son menores que la existente, por ejemplo, entre los partidos griegos. ERC y CiU, sin ir más lejos, están mucho menos alejados que SYRIZA y ANEL pero les cuesta horrores salir juntos en una foto. Y esa ausencia de diferencias verdaderamente relevantes (que podría confundir al electorado) se suple con un postureo de irredentismo polarizado que es una farsa y vicia nuestro debate político y hasta nuestra convivencia. Este vicio, cuanto más a la izquierda se sitúe uno, más acusado acostumbra a ser. Ojalá el espejo de SYRIZA lleve a la reflexión.
Pero esta no ha sido la única pequeña diferencia. En un ratito Tsipras ha constituido su gobierno y los españoles de bien nos hemos llevado el segundo susto: Ma che cazzo, ¿el equivalente de Izquierda Unida en Grecia no pone ni una sola mujer en su gabinete? ¡Oh melancolía, cuando la ley de paridad dominaba nuestro debate político! Seremos unos obsesos del postureo, pero ni el partido más reaccionario de este país haría semejante siembra de nabos. Se podrá discutir muchas cosas de la paridad pero hay que reconocer que ha sido un acicate a la presencia de mujeres en política y un factor de normalización.
En suma, el espejo de SIRIZA que nos hemos puesto delante estos días no solo ha servido para que un par de fuerzas políticas se apunten al caballo ganador y juguemos a la anticipación de nuestras propias elecciones. Sin duda, Grecia y España son diferentes y ahí radica la gracia de la comparación: constatar similitudes y diferencias. Y con ello reflexionar sobre nuestra propia condición. De la política griega me llevo la impresión (superficial, sin duda) de que es más realista y concreta, pero más anclada en el pasado, más conservadora. La española parece más moderna pero a su vez más inconsistente y frívola.

miércoles, 14 de enero de 2015

Podemos, partido centralizado de cuadros

Resulta fascinante contemplar el proceso de construcción de Podemos. Y no porque sea innovador, sino precisamente por lo contrario: por lo rápida, decidida y explícita que está siendo su conformación como una organización centralizada de toda la vida. Pablo Iglesias no se esconde de mostrar su apoyo público a los candidatos que le parece en las elecciones territoriales internas. A mí, personalmente, me llama poderosamente la atención su absoluto desinterés, cuanto menos, a aparentar imparcialidad entre las diferentes candidaturas de su propio partido. ¿Qué diríamos si Pdro Snchz mostrara en twitter su apoyo a tal o cual candidato a la secretaría general de, por ejemplo, el PSdeG? ¿Es una particular forma de combatir la hipocresía política? No sé, aún me parece recordar las reclamaciones de radicalidad democrática, las apelaciones al empoderamiento y las reivindicaciones del espíritu del 15M (¿el Mayo del 68 de nuestra generación?) que juraría no hace tanto adornaban el discurso de Pablo Iglesias. E, ingenuo de mí, se me antoja que no casan demasiado bien con su comportamiento como Secretario General. No será por torpeza y bisoñez, dudo que no venga mamado de teorías sobre alternativas organizativas, que es bien sabido que licenciados en ciencias políticas no faltan en Podemos.
Sin lugar a dudas, es una estrategia deliberada. Es tentador ponerse pedante y mencionar la vanguardia del proletariado o incluso ir más allá y ponerse pomposo recurriendo al reductio ad hitlerum con el führerprinzip. Sí, tiene un liderazgo excesivo, pero la cosa es más sencilla. Me juego el bigote que la estrategia viene motivada por el ejemplo de IU: se trata de evitar que los intereses de las federaciones territoriales puedan atentar la estrategia global de la organización como le ha sucedido en tantas ocasiones a la federación de izquierdas. Así, sin estrujarme mucho el coco, pienso en el apoyo a Monago en Extremadura, la participación en el gobierno de Ibarretxe, la marcha de Iniciativa per Catalunya con Anguita...
La prioridad es alcanzar el gobierno, así que de lo que se trata es de tenerlo todo atado y bien atado. El referente que me parece más elocuente es Alfonso Guerra y su “el que se mueva no sale en la foto”. Personalmente, me parece una prevención lógica, para qué nos vamos a engañar. Lo que no tengo tan claro es si esta forma de actuar se corresponde, mínimamente, con las espectativas generadas de radicalidad democrática, empoderamiento y esas cosas que seguramente había hecho pensar a muchos de que Podemos se trataría de algo distinto. Supongo que las perspectivas de inminente éxito minimizarán el posible desencanto.
A pesar de los famosos Círculos, las asambleas y las votaciones que se van haciendo, Podemos, lejos de comportarse como un partido de masas, apunta más a un partido de cuadros, teóricamente más característico de la derecha. Hay una abrumadora y sospechosa predominancia de profesores de políticas y similares en los puestos relevantes. Paradójicamente, da la impresión de que Pablo Iglesias se comporta como Mariano Rajoy y tiende a confiar en personas de su mismo perfil: Iglesias coloca a politólogos o profesores universitarios treintañeros de letras y Rajoy a juristas altos funcionarios del Estado.
La tendencia a la organización de cuadros centralizada es patente en la construcción del contenido político. No se apela a la participación de las bases y el pueblo en general, sino a los pronunciamientos de expertos, entiendo que designados por la dirección. Ya lo pudimos comprobar con la enmienda al programa de las europeas que le encargaron a los profesores Navarro y Torres y que llamó la atención fundamentalmente por socialdemócrata.
Podemos, pues, para alcanzar el poder está decantándose abiertamente por un pragmatismo que puede ser juzgado de obsceno. Sin duda, en política hay que tener presente que lo posible es infinitamente mejor que lo perfecto. Pero, ¿Era necesario y ético vendernos motos? ¿Qué nivel de renuncias estarán dispuestos a tolerar sus seguidores? ¿Hasta qué punto ese no es el recorrido que ha llevado al PSOE a donde está? ¿Hasta qué punto más que algo nuevo nos van a ofrecer una mera regeneración del PSOE? ¿Hasta qué punto nos tendríamos que conformar con eso?